Con la brújula al Norte.

Volví a pisar las pistas de aterrizaje del aeropuerto Internacional de Miami después de casi treinta años. Unas semanas antes de viajar aún con los dolores post parto, tuve que enviar de urgencia, una carta a la embajada de EEUU en Caracas, para solicitar la visa para nuestra hija recién nacida por motivos médicos. Debíamos viajar para operar de catarata congénita su ojo derecho, de ello dependía el pronóstico de su visión. Seis días más tarde, estábamos pisando las brillantes conchas marinas incrustadas en el granito pulido del aeropuerto de Miami.

Desde el sexto mes de embarazo teníamos amenaza de turbulencias, un eco Doppler había revelado tres masas en su pequeño corazón y aunque quisimos prepararnos, nunca nos imaginamos lo que se avecinaba. Nuestra estadía duró sólo una semana entre la cirugía y las citas postoperatorias. Un amigo nos había prestado su casa de veraneo de 2000 square feet alfombrados, con laguna de patos incluída y aire acondicionado central. 

Durante esos días teníamos todo un protocolo de indicaciones médicas para el cuidado post operatorio. Cada dos horas debíamos colocarle gotas, durante la madrugada teníamos el despertador que nos avisaba, tres veces al día debíamos limpiar y cambiar el vendaje y evitar a toda costa que tocara los ojos. La cirugía fue un éxito, pero al mes de regresar a nuestra rutina en Caracas, un segundo diagnóstico nos cambiaría la vida, esta vez de parte del neurólogo. Emiliana empezó a convulsionar y a partir de ese momento, Miami se convirtió en el patio trasero de nuestra casa.

Durante los siguientes cuatro años viajamos infinidad de veces para segundas opiniones médicas, intentando controlar los nuevos espasmos en su diminuto cuerpo que nos tenían a todos en estado de convulsión. Eran visitas relámpagos, nada de playas, nada de compras, en su lugar, escenarios hospitalarios y noches agitadas con un silencio tembloroso de fondo. 

Esos primeros reencuentros con la ciudad no guardaron ninguna relación con los recuerdos de mi infancia, lleno de parques temáticos y malls. La salud de nuestro país era débil como la de Emiliana. Entonces, una tarde de octubre, hace doce años, decidimos partir sin saber que nos iríamos para siempre. Aunque para siempre, sea sólo una ilusión transitoria. 

Siguiente
Siguiente

Llamada de larga distancia